‘La Piel Más Temida’ – Reseña: Testimonio de un país que no reconoce su condición andina.
El 31 de enero de 2023, durante las manifestaciones contra el gobierno de Dina Boluarte, se viralizó en redes sociales un vídeo en el que dos jóvenes, con cervezas en mano, caminaban entre efectivos de la Policía Nacional del Perú y una mujer campesina que protestaba frente a ellos exigiendo respeto. Uno de los jóvenes, un estudiante de ingeniería industrial de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) identificado como Luis Lazo Ocmin, pedía explícitamente a uno de los efectivos que le disparara a esta mujer. Algo particular del nefasto suceso es el apellido del joven, Ocmin, originario de los Andes peruanos. Alejándonos de la condición social, estudios superiores y vestimenta, el muchacho por su ascendencia y color de piel, es tan andino como la mujer a la que solicitaba su muerte. Luis Lazo Ocmin es solo uno de los tantos peruanos que no reconocen su condición andina.
En la primera escena de ‘La Piel Más Temida‘, segunda entrega de la trilogía fílmico-política de Joel Calero, conocemos a Alejandra, interpretada por la modelo peruana Juana Burga. Es a través del diálogo que comparte con un taxista que conocemos su origen. Ella dejó Perú veinte años atrás para residir en Suecia con su madre. Ahora, con la intención de vender la casa colonial heredada de su familia materna, regresará al país que la vio nacer. La sorpresa que se lleva la joven al realizar unos trámites es que el padre, que estuvo ausente toda su vida, no solo está vivo, sino que está encarcelado por formar parte del grupo terrorista Sendero Luminoso. Incitada por su tío Americo (interpretado por el infaltable Lucho Cáceres), Alejandra irá en busca de su abuela paterna para reconectar con ella y conocer finalmente a su padre. Este es el punto de partida del viaje que emprenderá nuestra protagonista para cimentar su identidad a través del pasado familiar y la memoria histórica del país.
Poco tardamos en conocer a la abuela paterna de Alejandra, la señora Dominga, con la natural actuación de la boliviana María Luque, quien en un principio se muestra como una mujer de pocas palabras pero a la que Alejandra poco a poco irá ganando su confianza. Es ella quien protagoniza los momentos más cómicos de la cinta; la forma tan fría y sarcástica con la que se dirige a su nieta, hablando de su peso o desconocimiento de la cultura, hacen del reencuentro de ambas algo que se siente cercano y relacionable. Es esta relación casi que el corazón de la película: dos mujeres que, a partir del dolor y la ausencia, tanto de un padre como de un hijo, encontrarán refugio y fortaleza a medida que avanza el metraje.
Calero coquetea con la idea de la top model internacional siendo nieta de una mujer campesina. Esto es tan real que perdura en mis recuerdos una de las tantas clases que tuve con él, en donde nos preguntaba al aula entera cuántos de nosotros teníamos padres o abuelos provenientes de una provincia serrana. Casualidad no era que la gran mayoría tuviéramos la mano levantada. Es cierto que la presencia de Juana Burga es fundamental para hacer la historia lo suficientemente verosímil. Aunque su interpretación no me terminaba de convencer en un primer visionado, ahora entiendo por qué Calero no pudo pensar en nadie más para el papel de Alejandra. Además de las similitudes entre la actriz y el personaje que interpreta, como ser una peruana que reside en un país extranjero (Burga ha vivido fuera del Perú desde los dieciséis años), Burga logra complejizar a su personaje a través de sus gestos. Su sonrisa que roza lo incómodo y a la vez refleja la tristeza y el terror punzante al destapar heridas que traspasan su entendimiento inicialmente, especialmente notable en la escena del retablo.
Si bien su personaje puede resultar pasivo en algunas circunstancias, es en pequeños instantes, como verla bailar en un bar con lo que debería ser el “Madres” de Sofía Kourtesis de fondo (permítanme hacer la conexión), o discutiendo con el tío Américo sobre la venta no concretada de la casa, donde vemos su verdadero carácter. Cuando Américo escupe un “no se trata de plata, sino de principios” durante la discusión, es el peso de esa palabra algo que acompañará a Alejandra hasta el final de su viaje.
En el camino, seremos cómplices de la memoria en forma de canciones de un chofer llamado Víctor, interpretado por un Amiel Cayo más carismático y sonriente que sus personajes en ‘Retablo‘ y ‘Samichay‘, pero con un pasado incluso más trágico que el de estos. Su participación al principio sirve para aliviar el drama con pasajes cómicos y musicales acompañado de su mandolina (homenajeando a Nikita Mikhalkov), siendo compañía de Alejandra y Dominga en su recorrido. Sin embargo, conforme lo vamos conociendo, sus canciones irán destapando el arrepentimiento y dolor de una persona quebrada por el conflicto interno.
Bromea con la revolución y usa la palabra “terruquito” para referirse al padre de Alejandra (término que, en palabras del director, ha sido uno de los “peores lastres” que dejó el conflicto armado interno), cuestiona lo dogmático y cuadriculado que vuelve Sendero a sus seguidores. “Todo bien con la revolución, pero no puedes perder tu alegría” dice, y es su cercanía con el grupo terrorista, como lo que vivió en carne propia durante los años del conflicto, lo que lo convierte en una pieza fundamental en el camino de Alejandra. “Pero eran personas, ¿acaso tú nunca te has equivocado?”, le dice Dominga a Victor en un momento crucial, ambos han perdido amigos, familia. Calero encuentra en este momento una suerte de empatía entre ambos personajes, la naturaleza de los eventos los llevan a discrepar, pero ambos no son más que víctimas de los años más terroríficos de nuestra historia reciente y estas preguntas abiertas son necesarias para no repetir los errores pasados.
Por su parte, el padre de Alejandra es presentado como un hombre duro y de pocas palabras, alguien que no tiene remordimiento de evitar verle la cara a su propia hija después de tantos años como de pedirle que se regrese por donde vino. Fernando Gutiérrez en su espectacular ‘La Chucha Perdida de Los Incas‘ exploraba la falta de figura paterna y la sensación de desamparo innato que influye en la identidad del país. Calero comenta que la semilla de ‘La Piel Más Temida‘ parte de una conversación personal con un grupo de amigos, donde más de la mitad de los presentes no conocían a sus padres. La paternidad ausente es uno de los grandes temas de la película, como también lo es de nuestra realidad nacional, ya que según los resultados del Censo 2017, son más de seiscientas cuarenta y cinco mil familias peruanas encabezadas por madres solteras.
La versión que se exhibe actualmente de ‘La Piel Más Temida‘ en salas es trece minutos más corta que la que pudimos ver en festivales el año pasado. Esto le juega a favor a la cinta, que se siente mucho mejor condensada, aunque su tercer acto de igual forma pierde fuerza y se vuelve un tanto repetitivo. Aplaudo que hayan eliminado esa innecesaria escena del funeral que tanto me incomodó (en el peor sentido) en el primer corte.
Si bien Calero tiene una peculiar forma de agregar citas y dedicatorias alargadas al principio y final de sus películas, lo cual puede resultar fuera de lugar e incluso sacar fácilmente al espectador de la ficción, es en este contexto en el que hacer este cine es casi tan milagroso como que mañana aparezca la Virgen María en la Plaza San Martín. Aquí comprendo finalmente que sus películas son una extensión de su historia personal, su identidad y su huella para la posteridad. Calero es alguien que confía en el potencial del cine para emocionar, conmover, ver a través de otras realidades y entendernos a nosotros mismos por medio de este arte que ha sido menospreciado como simple entretenimiento. “El cine, el arte, es uno de los pocos reductos de salud para repensarnos”, comentó Calero en una entrevista para Epicentro TV.
Nuestro contexto histórico y degradación política hacen de ‘La Piel Más Temida‘ un testimonio del desconocimiento del origen andino del país. Un país tan rico y diverso como intentan vender en sus comerciales para el público anglosajón, pero también uno de dolor en donde la memoria, y su manifestación en medios artísticos, debe prevalecer. Actualmente, la agenda de la derecha más bruta acusa al cineasta de ser pro-terrorista por presuntamente “humanizar” a senderistas con esta película, y cierto sector político está buscando acabar con el financiamiento de este cine, e incluso incluir a militares como miembros del jurado en proyectos cinematográficos financiados por el Ministerio de Cultura. Esta misma gente es capaz de decir barbaridades tales como que la masacre en el distrito de Accomarca en 1985 (donde 69 personas, incluyendo 30 niños, fueron asesinadas a manos de militares) fue en “defensa civil”.
Esta gentuza busca descaradamente tener el control sobre estas historias que son testimonio de nuestra historia nacional desde hace mucho tiempo, y se ha evidenciado aún más en septiembre del año pasado con la propuesta de la Ley Tudela, que se opone al reconocimiento de la diversidad étnica y cultural de nuestro cine. Pero claro, Joel Calero y el Ministerio de Cultura tienen tanto de terroristas como Jonathan Glazer y el Festival de Cannes lo tienen de nazis.
Esto ha escalado a niveles estratosféricos y ha hecho de la cinta algo mucho más valioso, pues son Tudela, Cavero, De Pierola, Barbaran y sus perritos falderos quienes temen a nuestra población indígena y campesina, quienes temen y menosprecian el poder del cine como esa ventana de imágenes aberrantes y llenas de dolor, como nuestra historia misma. Es gracias al ridículo escándalo del periodista Francisco de Pierola que expuso, una vez más, la ignorancia que predomina en cierto sector de la población, que va a seguir haciendo bulla desinformada condenando a este tipo de películas a no tener estímulos de ningún tipo, exigiendo que no se haga supuesta “propaganda terrorista” con el dinero de impuestos mientras que su dictador favorito está en la comodidad de su casa pidiéndole quince mil soles al congreso.
En estas últimas semanas, las opiniones se han polarizado en redes sociales. Con el “terruqueo” como acto de cobardía y principal arma de estos supuestos “defensores de la libertad“, vivimos en un país que no es lo suficientemente consciente del valor del arte como representación cultural de la memoria producto de las heridas provocadas por años de violencia, en los que todos los peruanos salimos perjudicados. Este problema transgrede la crítica cinematográfica y se convierte en una lucha necesaria para salvaguardar la memoria de quienes buscan tener control sobre ella, lo que seguirá ocurriendo si hacemos caso omiso y nos damos el privilegio de ignorarlo. No pueden manipular nuestra historia.
Calificación:
‘La Piel Más Temida‘ ya se encuentra disponibles en cines peruanos. Con suerte y una buena inyección de capital, podría llegar a más países de LATAM y el Mundo.